Trabajo bajo presión, dos caras de una misma moneda

Trabajar “bajo presión” ha sido un requerimiento que se ha permitido a los headhunters desde antaño. Incluso, orgullosas,  las personas lo exhiben en su  Currículum Vitae como una competencia profesional a destacar. Sin embargo, cabe plantearnos hasta qué punto es sano jactarse de esta “habilidad”.

Está claro que implica hacer más trabajo en el menor tiempo posible cueste lo que cueste, lo que puede acabar en desequilibrios físicos y emocionales en los trabajadores. Esto se contrapone a un ambiente laboral armonioso y es en realidad un saboteo a la propia vida profesional y personal.

Laborar bajo presión o contra el reloj no está mal, si algún proyecto lo exige en determinada etapa, lo malo es que se convierta en el pan de cada día en  y mantenga a los trabajadores en un estado de angustia permanente.

Desde la óptica del  empleador,  cuando una organización solicita personal con esta cualidad está más que claro que carece de un liderazgo para administrar  los  procesos de la empresa. El líder del equipo debe ser capaz de contar con los colaboradores necesarios para cumplir con todas las actividades diarias y evitar sobrecargar de tareas a sus miembros.

Incluso, si eres un líder a la caza de cubrir  algunas plazas es posible que al ver  un  perfil  laboral que resalta el  “trabajo bajo presión” interpretes que estás frente a una persona con dificultades para organizarse, que tiende a no cumplir objetivos y plazos, pues siempre tendrá trabajo pendiente.  Por tanto,  el afán de mostrarse como un profesional eficiente en realidad puede jugarle como un bumeran implacable.

Desde luego, como cabeza de  equipo –de la mano de Recursos Humanos- debes poner en práctica las políticas de la compañía e  impulsar la productividad de los individuos  motivándolos a dar todo de sí,  pero también ayudándolos a optimizar sus tiempos. De este modo, verán en  su centro de labores un espacio donde consolidarse profesionalmente pero que, a la vez, les  permite  desarrollar su vida personal sin absorberlos 24/7.

En  este sentido, el buen liderazgo promueve la planificación de proyectos, organización de funciones y priorización de  temas. Esto desde luego no es fácil. Hay que aprender a delegar funciones, estar  siempre actualizado de los procesos en otras compañías y, por qué no, apoyarse en la tecnología para facilitar algunos aspectos del quehacer empresarial.

En conclusión,  responder ante retos que se presenten en el trabajo  está bien,  si es que se tiene un gran manejo de estrés y se plantean soluciones ante  cualquier problema que pueda surgir.  Hay dejar a un lado la exigencia de “trabajar bajo presión” a los postulantes a tu empresa. Todo lo contrario, orienta a tus colaboradores a desarrollar la capacidad de realizar múltiples tareas –de manera organizada- cuidando siempre su salud física y mental.